La razón por la cual no eres feliz donde estás
Desde hace siglos, las religiones y filosofías han intentado responder a una de las preguntas más profundas del ser humano: ¿Por qué no somos completamente felices? Este cuestionamiento nos lleva a reflexionar sobre nuestra naturaleza espiritual y la búsqueda de un propósito más elevado.
En el cristianismo, se enseña que en el corazón del hombre hay un espacio destinado para lo espiritual. Dios ha creado a los seres humanos con un espíritu que anhela conectarse con Él, como lo menciona Eclesiastés 3:11: “Dios ha plantado la eternidad en el corazón de los hombres”. Esta perspectiva explica por qué nunca encontraremos una felicidad plena aquí en la tierra: no es nuestro hogar final, sino un lugar de paso.
La Biblia ofrece guía sobre este tema. 1 Pedro 2:11 nos describe como “extranjeros y forasteros en este mundo”, recordándonos que nuestra verdadera patria está en otro Reino. Jesús también nos insta a buscar tesoros en los cielos que son eternos (Mateo 6:19-20) y a concentrar nuestra atención en las cosas de arriba (Colosenses 3:1-4). Esto nos invita a cultivar una perspectiva que trascienda lo material y terrenal.
En otras tradiciones religiosas, encontramos principios similares. Por ejemplo, el budismo enseña que el sufrimiento proviene del apego a lo material y que la verdadera felicidad se encuentra al liberarnos de esos deseos terrenales. De manera similar, el hinduismo promueve el concepto de moksha, o liberación del ciclo de la vida terrenal, como el objetivo supremo.
A pesar de estas diferencias, hay un consenso entre muchas religiones: las cosas del mundo no pueden llenar completamente nuestro vacío espiritual. Como lo expresa Jesús en Juan 6:27: “No se preocupen tanto por la comida que se acaba, sino por la comida que dura y que da vida eterna”.
Este mensaje no significa abandonar nuestras responsabilidades terrenales, sino priorizar nuestra relación con lo divino. Mateo 6:33 nos lo recuerda: “Busquen primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas les serán añadidas”. Cuando ponemos a Dios en el centro de nuestras vidas, encontramos una felicidad más profunda y duradera.
Finalmente, Filipenses 3:20-21 nos da una visión esperanzadora: somos ciudadanos del cielo y esperamos la transformación de nuestros cuerpos débiles en cuerpos gloriosos. Esta perspectiva nos impulsa a vivir con propósito y fe, sabiendo que la verdadera felicidad nos espera más allá de este mundo.
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